Dejé de perseguir victorias

Solía pensar que cada subida era una promesa. La pantalla parpadeaba —97% RTP, multiplicadores dorados, un rugido sónico de motores— y yo me aferraba a ello como una droga. Mis manos temblaban en cada apuesta. Creí que si esperaba lo suficiente, si observaba con atención, la victoria llegaría. Pero nunca lo hizo. No porque el sistema estuviera trucado. No porque mi estrategia fallara. Fue porque olvidé lo que volar significaba. Aviator no recompensa la persistencia. Recompensa la presencia. En el apartamento de mi madre —un dúplex al borde de Manhattan donde el lullaby francés encontró el jazz negro— aprendí a escuchar el silencio entre giros. Ella nunca jugó. Pero sabía cuándo alejarse. Comencé con baja volatilidad: apuestas de $5, sesiones de 20 minutos, observando cómo sube la altitud —no como ganancia, sino como poesía. El avión no necesitaba aterrizar. Necesitaba respirar. El RNG no miente. Solo revela lo que sientes cuando dejas de intentar controlarlo. Dejé de perseguir victorias… y entonces —comencé a vivir.